Agujero de gusano
La primera vez que oí hablar de los viajes en el tiempo, tengo un recuerdo borroso, fue viendo aquella película tan antigua, la de la máquina del tiempo, aquella en la que se montaban en una especie de carrusel con una rueda que giraba y se trasladaban al futuro o al pasado. Creo que al principio hacían algún viaje al pasado, no lo recuerdo muy bien porque lo importante de la película era cuando iban al futuro, y llegaban a ese lugar extraño donde estaban los Morlocs, esas criaturas que se los comían. Y me dejó muy impresionada. Vive en mi inconsciente, como todo eso que vemos o que vivimos de muy pequeños que, a lo mejor, no procesamos con el raciocinio apropiadamente pero, precisamente por eso, conforma lo que luego seremos, pensaremos y sentiremos. Ya más mayorcita, fui al cine a ver “Regreso al futuro” y, como todas las niñas de mi época, me enamoré perdidamente de Michael J Fox, cómo no… La primera fue graciosa, pero no me hizo todavía pensar mucho en las paradojas de los viajes en el tiempo. La segunda, para la cual tuvimos que esperar bastantes años y, por lo tanto, me pilló más mayor, sí que me dejó pensando en todas estas cosas: eso de que si vas al pasado o al futuro y cambias algo creas nuevas líneas temporales y toda la realidad cambia, el qué hubiera sido de mi vida si yo hubiera hecho esto en vez de aquello. Aquello sí me dejó dándole vueltas, y desde entonces me hice una adicta a los viajes en el tiempo. Años más tarde vi “Contact” y ahí aprendí el concepto “agujero de gusano”, y empecé a investigar sobre el universo. Y sobre esas teorías de que el universo puede plegarse sobre sí mismo, y que un agujero de gusano conectaría con un túnel esas dos partes remotas del universo. Del universo o, por qué no, del tiempo. Porque el tiempo es una cuarta dimensión que nuestro cerebro humano (que, aunque nos parezca la leche, es muy limitadito) no puede comprender; igual que el cerebro de una hormiga no puede comprender la tercera dimensión que nosotros sí comprendemos. Desde entonces pienso, pienso y repienso en esa cuarta dimensión, en cómo podría encontrar la manera, cómo podría encontrar los agujeros de gusano que me llevaran por esa cuarta dimensión que es el tiempo. Que estando ya en un lugar concreto pudiera viajar a otro momento de ese lugar concreto. Y entonces llegó “Interestelar”, de Nolan, y sí, aunque tiene muchas trampas y muchos agujeros (también de gusano) me mostró la existencia de ese espacio por fuera del tiempo donde el padre astronauta va de una época a otra, como quien mueve carpetas en un fichero. Y un buen día un gran amigo mío me regaló “Matadero cinco”, y con “Matadero cinco” me regaló a Vonnegut, al que yo no conocía, y ahí mi mente explotó. Porque comprendí que nuestra vida ha pasado y no ha pasado, y uno puede ir hacia delante y hacia atrás cuantas veces quiera. Solo hay que encontrar, como encuentra el padre de “Interestelar”, el fichero que nos permite movernos de una carpeta a otra, solo hay que encontrar el agujero de gusano que encuentra Jodie Foster en “Contact”, solo hay que encontrar el Delorean que Doc le construye a Marty en “Regreso al futuro”, y yo sigo buscándolo. Sigo buscándolo porque los viajes en el tiempo son mi obsesión.
Ya he encontrado algunas pistas. Hace tiempo descubrí que un agujero de gusano muy poderoso podrían ser los olores: un olor de repente te transforma, o más bien transforma la realidad a tu alrededor y te lleva a otros tiempos y otros lugares. La música, la música también te permite mover carpetas en el fichero: escuchas esa canción y vuelves a estar en aquella discoteca donde te enrollabas con Fulanito, o vuelves a estar, no sé, con tu madre viendo la tele cuando ella estaba embarazada de tu hermano. El olor y la música.
No hace mucho descubrí un nuevo destello de agujero de gusano: los gestos. Volví a ver a personas a las que hacía treinta y tantos años que no veía. Habían cambiado, no vamos a decir que no… Habían engordado, les habían salido canas, tenían algunas arrugas… muchas estaban muy cambiadas, incluso, de estilo. Pero, de repente, hablaban, de repente te miraban y volvían a ser la niña que viste por última vez. La misma niña, sus gestos, su esencia… He ahí otro hilo del que tirar para desplazarte por el tiempo.
Y poco después, estuve varias horas hablando y riéndome con las que habían sido dos de mis mejores amigas en el colegio. Y con ellas lo que vislumbré fue una línea temporal alternativa. Ellas se habían seguido tratando y contaban multitud de anécdotas, recordaban, reían, unos recuerdos les traían otros y volvían a reír. Y yo las observaba desde fuera, desde mi línea temporal. Como el padre astronauta observa los distintos episodios de la vida de su hija desde ese espacio que se encuentra fuera del tiempo. Y sentí una tristeza infinita. La tristeza que me asalta siempre que encuentro una abertura en el tejido espacio-tiempo y aplico mi ojo a ella, como si fuera una cerradura de la que no tengo la llave y solo me deja observar una pequeña parte del cuarto que guarda. Y cometo la metonimia de imaginar el todo por la parte que puedo ver. Y ese todo me parece tan maravilloso, aunque en realidad solo sea una parte, que hace que el todo en el que sí que he vivido me parezca carente de todo valor.
Y sigo buscando la forma. Sigo buscando el verdadero agujero de gusano que me lleve a la línea temporal a la que sé que pertenezco, y que un día abandoné, quizá, por imprudencia.
Hasta que lo logre, hasta que encuentre la manera de volver a casa, seguiré viviendo sola esta vida de exiliada espaciotemporal.
One Response
Me ha encantado. Me ha dejado un poco melancólica al final.